Personalidad de Bernardo
Bernardo tenía un extraordinario carisma de atraer a todos para Cristo.
Amable, simpático, Inteligente, bondadoso y alegre. Todo esto y vigor
juvenil le causaba un reto en las tentaciones contra la castidad y santidad.
Por eso durante algún tiempo se enfrió en su fervor y empezó
a inclinarse hacia lo mundano. Pero las amistades mundanas, por más
atractivas y brillantes que fueran, lo dejaban vacío y lleno de hastío.
Después de cada fiesta se sentía más desilusionado del
mundo y de sus placeres. Pronto descolló en los estudios y en la piedad.
A los 17 años muere su madre y Bernardo busca su camino en medio de
fuertes dudas y ansiedades. El mundo le sonríe y la pasión le
halaga. Bernardo resiste y fortalece su voluntad con actos heroicos de virtud.
En 1112 ingresó en el
monasterio de Cîteaux (Císter). Tres años después,
fue enviado a fundar la abadía de Claraval (Clairvaux), de la que fue el
primer abad. La nueva fundación llegó a contar con más de
setecientos monjes y se le agregaron 160 monasterios. Claraval y el
Císter ejercieron la influencia tenida antes por Cluny gracias a
Bernardo.
Viajero incansable
El más profundo deseo de San
Bernardo era permanecer en su convento dedicado a la oración y a la
meditación. Pero el Sumo Pontífice, los obispos, los pueblos y
los gobernantes le pedían continuamente que fuera a ayudarles, y
él estaba siempre pronto a prestar su ayuda donde quiera que pudiera ser
útil. Con una salud sumamente débil (porque los primeros
años de religioso se dedicó a hacer demasiadas penitencias y se
le dañó la digestión) recorrió toda Europa poniendo
la paz donde había guerras, deteniendo las herejías, corrigiendo
errores, animando desanimados y hasta reuniendo ejércitos para defender
la santa religión católica. Era el árbitro aceptado por
todos. Exclamaba: «A veces no me dejan tiempo
durante el día ni siquiera para dedicarme a meditar.»
Pero estas gentes están tan necesitadas y sienten tanta paz cuando se
les habla, que es necesario atenderlas (ya en las noches pasaría luego
sus horas dedicado a la oración y a la meditación).
Un «carbonero» Pontífice
Un hombre muy bien preparado le
pidió que lo recibiera en su monasterio de Claraval. Para probar su
virtud lo dedicó las primeras semanas a transportar carbón, lo
cual hizo de muy buena voluntad. Llegó a ser un excelente monje, y
más tarde fue nombrado Sumo Pontífice: Honorio III. El santo le
escribió un famoso libro llamado "De consideratione",
en el cual propone una serie de consejos importantísimos para que los
que están en puestos elevados no vayan a cometer el gravísimo
error de dedicarse solamente a actividades exteriores descuidando la
oración y la meditación. Y llegó a decirle:
«Malditas serán dichas ocupaciones, si no
dejan dedicar el debido tiempo a la oración y a la
meditación.»
En 1128 comenzó su papel de árbitro: defendió al
obispo de París contra el rey, apoyó enérgicamente
al fundador del Temple. Tras la muerte de Honorio II fueron elegidos dos
papas, apoyando a Inocencio II, que prevaleció sobre su rival.
Bernardo fue un místico que se opuso tanto al racionalismo de
Abelardo como a la ortodoxia escolástica.
Se impregnó de devoción mariana y no cesó de
denunciar los abusos eclesiásticos. Dirigió enérgicas
advertencias al papa Eugenio III, antiguo discípulo suyo.
Entre sus numerosas obras, cabe destacar De amore Dei,
Adversus Abelardum, más de trescientos sermones y muchos
poemas. Fue canonizado en 1173.
Sin duda, San Bernardo de Claraval se trata del hombre más extraordinario
que haya conocido Occidente. En él hay un misterio de "superhombre"
divino que escapa a la comprensión puramente humana.
Vínculos con la Orden del Temple
En 1115, un piadoso caballero
francés llamado Hugo de Payens y su compañero Godofredo de
Saint-Adhemar, flamenco, concibieron el proyecto de fundar una orden
monástica consagrada a la custodia de los peregrinos y a la guarda de
los inciertos caminos del reino, la orden de los pobres soldados de Cristo.
Los primeros efectivos de la orden
fueron siete caballeros franceses. El grupo había jurado, ante el
patriarca de Jerusalén, los votos monásticos de castidad, pobreza
y obediencia, y el rey de Jerusalén, Balduino II, les había
concedido cuarteles en las mezquitas de Koubet al-Sakhara y Koubet al-Aksa,
situadas sobre el solar del antiguo Templo de Salomón. Por este motivo
la orden se llamaría, con el tiempo, orden del Temple y sus miembros
"templarios".
A los pocos años de la
fundación de su orden, Hugo de Payens se planteó la necesidad de
ampliarla y consolidarla otorgándole unos estatutos. En otoño de
1127 regresó a Europa con cartas de recomendación del rey
Balduino II. La incipiente orden despertó el entusiasmo de uno de los
eclesiásticos más prestigiosos de la Cristiandad, San Bernardo de
Claraval, el reformador del Cister.
En el concilio de Troyes, 1128, se
accedió y encargó a Bernardo la tarea de redactar la regla
correspondiente de la Orden del Temple; y Bernardo dictó al
clerigo Miguel la regla de la Orden. Esta regla era monacal y esencialmente
cisterciense. La Milicia del Temple se había constituido, y Bernardo
había abocado en ella todo el peso de su palabra y su autoridad:
Ha aparecido una nueva caballería en la tierra de la Encarnación.
Es nueva, digo, y todavía no ha sido puesta a prueba en el universo en el
que ella desarrolla un combate doble: por un lado contra los adversarios de la
carne y la sangre, y por otro, en los cielos, contra el espíritu del mal.
Y no me parece maravilloso, porque no lo encuentro extraño, que esos
caballeros se enfrenten a los enemigos corporales con su fuerza corporal. Pero
que combatan con la fuerza del espíritu contra los vicios y los
demonios, eso no sólo lo llamaré maravilloso, sino digno de todas
las alabanzas debidas a los religiosos.
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